Hace unos meses en épocas mundialistas, me encontraba publicando un post acerca de un producto relacionado con la higiene menstrual, a lo cual, un sujeto decidió responderme qué; “ahorita no joven, me encuentro más interesado en la copa mundial”. A lo anterior, no pensé más que su comentario era irrelevante y fuera de lugar, pues el grupo era justo para la venta de artículos y no tenía nada que ver el mundial con aquello. Sin embargo, una pizca de rabia y tristeza surgió en mi cuando veo que le dan “like” varias mujeres a ese comentario absurdo, adornado con un emoji de un hombre, realizado bajo una lógica androcéntrica, sin lugar a duda. Y es ahí cuando surge mi interés por escribir este texto.
México es y ¿seguirá siendo un país machista? Primeramente no busco ser pesimista ni mucho menos enfocar que el machismo es principalmente ejercido por las mujeres en nuestro país, pues qué hay de los feminicidios y la misoginia reiterante. Pero sin duda, como mujeres lo alimentamos o lo hemos alimentado al justificar el dominio del hombre al adorarlo en lugar de admirarlo o al servirle en lugar de colaborar con él. Mientras que como hombres, se posicionan como seres superiores ante la mujer, la marginan, la segregan, la cosifican, la violentan y cuando es conveniente se apoyan de ella. Sin olvidar que entre hombres, también ejercen su poder hacia otros hombres, basados en estereotipos de raza, clase, o nivel económico.
Si bien habemos muchas y muchos que poco a poco hemos ido borrando el machismo de nuestras vidas, existen muchas y muchos otros que no. Y si digo poco a poco, es porque resulta complicado cuando caes en cuenta que hemos sido educadas y educados bajo un sistema patriarcal sexista, ejerciéndolo a través de diversos momentos y en sus diversas formas, ya sean; machismo, misoginia y homofobia.
El episodio que viví ese día no es ni la más mínima forma de misoginia, pues gracias a las redes sociales, en los últimos años hemos visto peores muestras de odio hacia la mujer por parte de los diferentes miembros de la sociedad; ya sea en la ceguera y negación del derecho de la mujer al aborto, en como una mujer no puede ser comentarista de deportes porque inmediatamente se convierte en un trofeo al cual todos pueden tocar, o en comentarios tan ridículos como; “¿Por qué una feminista se cree con el derecho de bailar reggaetón? ¿Qué no muy feminista como para andar perreando?”... Es real, lo leí.
¿Qué hubiera sido si ese post lo hubiera publicado un hombre en relevancia con un objeto masculino? Probablemente hubiera pasado desapercibido por hombres y por mujeres como cualquier otro post, carcomido por el tiempo y olvidado en un muro. Pero no, fue atacado con un micromachismo disfrazado de chiste inocente y respaldado por nosotras mismas, reflejando la inconmensurable violencia invisibilidad que día a día hemos de vivir. Las mujeres somos misóginas cuando encontramos valor en la desvalorización de otras mujeres, adquiriendo poder en su discriminación y sometimiento. Somos misóginas cuando descalificamos, desconocemos y agredimos a otras mujeres, creyendo que estamos siendo superiores, y lo radicalizamos cuando hacemos alianzas con otros hombres para oprimir, cuando en realidad solo es una servidumbre voluntaria. (Lagarde, 2013).
Así que, si mujeres y hombres ejercemos la violencia constantemente, ¿Cómo podríamos dejar de ser un país machista? Primeramente, comenzando por nosotras mismas, reconociéndonos como humanas y a las que son diferentes también, creando alianzas y no divisiones, eliminando patrones sociales condicionantes por nuestro sexo; la maternidad no es un mandato para las mujeres. Dejar de vernos como objetos desechables, y vernos más como cuerpos de sexualidad abierta y plena, con fines propios y no ajenos. Eliminar la legitimidad del hombre que somete, enjuicia y decide por las mujeres, para que finalmente pueda reconocerse con lo femenino sin sentirse inferior o ajeno.
Con la mejor de las suertes, esto nos podría llevar a una solidaridad específica entre mujeres, por encima de diferencias y antagonismos; la sororidad. La cual se atreve a desterrar al patriarcado, pues suma fuerzas entre nosotras eliminando la competencia, la descalificación y el daño. Donde si no te reconoces con el feminismo, al menos aprendes a aceptarlo y reconocer que por ello, la lucha y la historia, estas en donde estas en este momento. La sororidad busca que entre mujeres reconozcamos nuestras diferencias, las aceptemos y nos unamos para poder equiparar la balanza. Que si dentro de sus formas encuentras el feminismo radicalizado, entiendas que es de tal modo porque la dominación patriarcal ha sido experimentada y con ello muchas víctimas se ha llevado. Y finalmente, entender que el trasfondo es el mismo; la inclusión de mujeres y hombres en un mismo mundo, con igualdad en oportunidades y derechos a través de un diálogo equitativo.
Si aún como mujer no aceptas el feminismo, te invito al menos a aceptar a las demás sin juicios ni daños, apoyarnos unas en las otras, pues es preciso reunir nuestro potencial a través de nuestra voluntad para fomentar verdaderos cambios en la vida y en nuestro país. Cambios que no solo beneficiarán a nuestras mujeres, hijas y abuelas, sino a los más vulnerables también, pudiendo converger todxs en armonía y paridad.
“La sororidad como alianza feminista entre las mujeres, es indispensable para enfrentar la vida y cambiar la correlación de poderes en el mundo” (Lagarde, 2013).

Referencias.
Lagarde y de los Rios, M. (2013). El feminismo en mi vida: Hitos, claves y topías. Ciudad de México, México: Instituto Nacional de las Mujeres.
Irán contra nosotras, estaremos unidas. (2016). [Ilustración]. Recuperado de http://utopiaporbandera.tumblr.com/post/150727679779/ir%C3%A1n-contra-nosotras-estaremos-unidas.